El olfato es una vista extraña. Evoca paisajes sentimentales mediante un súbito dibujo del inconsciente. He sentido eso muchas veces. Paso por una calle. No veo nada o, más bien, mirando todo, veo como ve toda la gente. Sé que voy por una calle y no advierto que ella existe con casas a sus costados, diferentes y construidas por personas. Paso por una calle. De una panadería sale un olor a pan que provoca náuseas de tan dulce: y mi infancia se alza desde un barrio determinado y distante, y otra panadería me surge de ese reino de hadas formado por todo lo que se nos murió. Paso por una calle. Huelo, de pronto, las grutas del mostrador inclinado del local estrecho; y mi breve vida de campo, no sé ya cuándo ni dónde, tiene árboles al final y sosiego en mi corazón, decididamente niño. Paso por una calle. Me altera, sin que yo pueda evitarlo, un olor a cajones de madera: oh, mi Cesário, te me apareces y yo soy, finalmente, feliz porque regresé, por el recuerdo, a la única verdad que es la literatura.
Bernardo Soares.
El libro del Desasosiego.
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