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Todos somos rotos y torcidos de maneras distintas.


Ayer fui a ver la última película del realizador alemán Wim Wenders, Perfect days (2023).

La historia es sencilla: Hirayama, un hombre que bordea los 60 años y que se desempeña limpiando baños públicos en la ciudad de Tokio.


La cámara filma el cotidiano de Hirayama, nos hace transitar con él desde que despierta al alba, al afeitarse frente al espejo, el café que toma en las mañana desde una máquina dispensadora, su traslado hacia el trabajo, manejando el auto mientras escucha antiguos cassettes con la música de Lou Reed, Nina Simone, Pati Smith, entre varios.


Lo vemos a menudo con su cámara analógica fotografiando el movimiento de los árboles. Lee a Faulkner y a Aya Koda. Y así, la lista es interminable en detalles de quehaceres cotidianos por los que vamos viendo el mundo a través de los ojos de Hirayama, deteniéndonos en los detalles que sin ese recorrido probablemente no vemos.


La fugacidad del instante, que encuentra su analogía en la captura de su máquina fotográfica coexisten con lo que se repite, con las rutinas. Somos espectadores de los días perfectos de un hombre, perfectos en la medida que estamos ante la puesta en escena de lo que sería un hombre en la conformidad de la existencia, en una afirmación del presente siempre perecedero.


Para Wenders era importante filmar a este hombre conforme con su vida, aún cuando los fantasmas del pasado vengan por momentos a decirnos que antes de esta elección se jugó una historia.


No es el atormentado Travis de Paris Texas deambulando firme en medio del desierto, sin soporte simbólico y material que le permita elaborar el pasado, confrontándose a lo real con su propio cuerpo. No, Hirayama algo ha podido elaborar, duelar, no sabemos ni el cómo ni a qué costo. Solo sabemos que esos días es feliz.


Digo feliz aunque en la película no se habla de felicidad, su título muy acertado habla de lo perfecto. Uno no escucha a Lou Reed pensando en un himno a la felicidad sino en la aceptación de que estamos vivos, y eso es todo: just a perfect day, vamos al parque y luego nos vamos a casa y todo está bien. Wender hace un gesto no menor al permitirnos abrazar un poco de ese cotidiano. Y es eso de perfecto que Wenders nombra como feliz. En una entrevista reitera que su intención era filmar un hombre feliz en una vida sencilla.


He leído bastantes críticas sobre esta historia, desde las que la aclaman por lo poética, por la trascendencia, y otras que la critican por detenerse en ese cotidiano ignorando algo que señala todo el tiempo: los baños de Wenders son demasiado limpios.


Y es que es una referencia no menor que esta película en un comienzo podría haber sido un documental o fotografías sobre el Tokio Toilet Proyect. ( Wenders fue invitado por su creador).


Pero el cineasta prefiere filmar una ficción a través de la cual filmaría los baños.


El personaje protagónico es sereno y contemplativo, en medio de la ciudad acelerada digitalizada y exigente de Japón.


Contemplativo, silencioso pero no replegado, lo que disfrutamos del personaje es que precisamente está conectado con las cosas que le suceden, con los otros. Es alguien solitario, pero sin desesperanza y sin también ilusiones.


Gozar del anonimato, estar fuera de casa y sentirse en todas partes en ella, ver el mundo , estar en el centro del mundo y permanecer oculto al mundo. Wenders desafía ciertos lugares comunes y se separa de la intimidad entendida como apartamiento, no pone entre paréntesis el mundo interior de Hirayama, sino que aparece en el espacio de las conexiones con todo lo que nos rodea, lo que lo potencia, lo que lo amenaza, lo que pide estar presente.


Hirayama como el paseante de esta ciudad es también su pasado, es su estar ahí en el mundo y ser con los otros. La ciudad también son sus contradicciones, el juego de luces y sombras, lo que permanece y lo que cambia. Son los restos diurnos que visitan por la noche los sueños de Hirayama.


Si algo hace corte entre los días es que el protagonista principal duerme por la noche.

Así como no hay desvelos, no hay tampoco un relato, pocos diálogos, prima el silencio, la economía de las palabras.


La película tiene muchas aristas para leerla. Provoca el mismo placer que tiene un texto cuando nuestra mirada se separa del texto y se extravía para encontrarlo en otra parte, en el paisaje que asoma tras una ventana, en el viento que avecina una tormenta.


Una de las aristas un tanto incómoda es interrogarnos por esa felicidad ( la felicidad también tiene mala prensa, que de tantos clichés ha quedado como un significante vacío igualado a otros como el hacerse uno mismo)


¿A qué felicidad alude Wenders con esta ficción y con su protagonista? ¿Se trata del espectador foráneo, el alemán que siempre está afuera o se trata de su capacidad camaleónica de convertirse en el lugar en donde y a quienes filma?


En Paris Texas su filmación voraz adquiere un temple, una cadencia que se la da Sam Shepard, y los actores, el alemán filmando logra a través de conjunciones poder camuflarse, es la particularidad frente al modo de vida estadounidense, y lo hace insuperable, conmovedor.


Cuarenta años después el alemán está en Tokio. Koji Yakusho, el guionista, introduce los recortes, pues puntúa los lugares, las canciones, presenta las calles de Japón, que son también parte de sus códigos, una lectura de su habitar.


Dice Wenders que la primera parte de las películas la hacen los realizadores. La segunda lo que nosotros, espectadores, veremos de ella.

Es en este último punto que trato de pensar qué felicidad es la que vemos.


La felicidad que es tan presumible en esta cultura y que aparece como tecnología capitalista, la felicidad para algo y con algo podría ser una clave con que nosotros podemos verla … asumiríamos que Mirayama es un hombre ideal o completo.


Pero Wenders descompleta al personaje, nos muestra entre sombra o más bien oculta, una parte de opacidad. Wenders la filma, excluyéndola. Todas pudieran ser pistas y al mismo tiempo no sabemos nada, no concluimos.


Esto también permite plantearnos que para Hirayama su felicidad es la felicidad sin sentido, ni meta. De ahí a que la cultura japonesa a la que inevitablemente Wenders como alemán hace referencia no puede solo leerse en clave de autoayuda, que puede ser una tentación para la interpretación del personaje. Si Wenders no hablando japonés filmó algo, probablemente la lectura de la dignificacion del trabajo de limpiar inodoros y vides como un triunfo capitalista sea también una interpretación crítica más aplastante e irrelevante.


¿Es relevante lo que se limpia para ser feliz? Este tema aparece en la recurrencia y en el fondo y al mismo tiempo en lo transitorio y en los tránsitos por aquello que el baño público es. No como algo esencialista, sino porque toca un tema que en la cultura causa pudor, no por algo el ser humano se caracteriza por esconder sus excrementos. No por algo son los baños públicos son los que reordenan los cuerpos en el entramado social: lo temible, lo seguro, la sexuación, el adultocentrismo.


Wenders filma a Hirayama limpiando con pulcritud aquello que nunca se muestra: la mierda. Es relevante conocer el Tokio Toilet Proyect, para entender que estos baños se construyeron con un sentido de estar al alcance de todos, una limpieza de tres veces por día para su mantenimientos, un diseño de arquitectura para no afectar al espacio. El proyecto es parte de hacer más inclusiva la sociedad, salir de lo oscuro para ser un lugar más transitable. Es un proyecto reciente, pero es un proyecto que invita al cuidado, al entorno.

Entonces volviendo a estas críticas más sociologicas que le atribuye una mirada de Wenders más capitalista, podemos tomar a Hirayama como un trabajador más que asumió la explotación bajo la etiqueta del orgullo... es una crítica que he escuchado y sin embargo me parece rebuscada …


Se puede también tomar como una forma de ser uno en el todo. Incluso en una sociedad ordenada en que lo individual no es sino parte de un todo. O incluso una visión más oriental de la existencia que supere la dicotomía y que nos enfrente al vacío.


Estas críticas son muy distintas e involucran una mirada que va desde un orden analítico a una que acoge la conjunción. La conjunción sería apostar porque eso inconcluso en Wenders es de un orden sindético , en sucesión. No es lo uno ni lo otro, son todos al mismo tiempo.


Así tras los excrementos también le sucede limpiarlos. Tras el movimiento la quietud. Al día le sucede la noche, toda luz le sigue la oscuridad.


Y en esa lectura de sucesión todos los días perfectos son también el pasado que el protagonista habita. Y de ahí que lo que me guste de Wenders sea el modo como mostrar sin aleccionar que todos somos rotos y torcidos de maneras distintas, incluso detrás de unos bellos ojos.


No necesitamos ni ver el baño sucio ni saber del pasado de Hirayama, para saber que en ese elegir es también el pasado que fue, es la limpieza tras la suciedad. Son los mundos dentro de otros mundos que no se conectan.


Una ficción que a veces parece casi tan inverosímil, como la ficción documental de Herzog sobre Japón. Y son tan distintas. Una ficción a veces tan real cuando muestra algo de la cultura oriental que sigue siendo enigmático, y es su relación con el tiempo. Así lo dice “Komorebi. La palabra japonesa para la luz del sol filtrada y brillando, y las sombras, creadas por las hojas de un árbol balanceándose. Solo existe una vez, en ese preciso momento”.

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