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¿Qué amor se puede reinventar?


Hay que reinventar el amor, ya se sabe.

Arthur Rimbaud

Una temporada en el infierno, Delirios



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Escuchando a la banda irlandesa My bloody Valentine, no puedo escapar de la siguiente sentencia: ...Vas a descubrir la forma en que duele amar. La pregunta por el discurso sobre lo erótico y lo amoroso nace de una inquietud, de un cierto padecimiento. Es la falta de amor o el exceso de pasión y los desencuentros de mis experiencias amorosas lo que hace interrogarme ¿Qué se ama cuando se ama? ¿Qué se desea cuando deseamos algo o a alguien? y ¿Qué lugar tiene el dolor o el desencuentro en esa experiencia? Preguntas que requieren ser formuladas para intentar bordear lo imposible e imprevisible del discurso amoroso.

Las nuevas condiciones de época han cambiado los tradicionales modos de ofertar el amor en un contexto en que las relaciones se caracterizan por su fluidez. Los discursos amorosos del tipo "para toda la vida" están obsoletos.


Asistimos a nuevas configuraciones y registros en el modo de relacionarnos, un reordenamiento que sigue la lógica del mercado. Los discursos amorosos se transan al igual que un bien de consumo, predominando la lógica de la oferta y la demanda, su poca duración o el placer desechable de los amantes transformados en emprendedores ocasionales. Hoy el no te contrato de los empleadores, se parece más a los no me comprometo con que se aseguran los amantes de salir indemnes de la trampa amorosa. Se desea amar con garantías que aseguren que se puede enamorar sin sufrir y sin correr ningún riesgo.


Para esto, una serie de dispositivos y tecnologías relativizan el encuentro amoroso y lo reducen a su inmediatez y seguridad, restándole ondulaciones y vaivenes propias de su ritmicidad absurda y disarmónica, volviéndolo deseablemente rápido, transparente y gobernable, por medio de la técnica de eficacia comunicacional y voluntarismo gratificante.


La eficacia comunicacional, parte del supuesto que todo conflicto en la comunicación con el otro debe ser anulado. Existe un emisor, un receptor y un mensaje y todo estriba en el decir bien. Todos sabemos lo que queremos, y todos tenemos que comunicar con claridad eso que sabemos, concibiendo el malentendido como una especie de falta de información. Se trata siempre de saber comunicar de antemano y con claridad nuestras expectativas. De entrada en un encuentro con otro, tenemos un listado de lo que queremos y lo que no queremos y si no lo tenemos claro hay un coach emocional que nos puede guiar en la tarea de comunicarse asertivamente.


En lugar de que el desencuentro suscite un misterio y el deseo de interpretarlo, queda sometido al dominio de cálculo y de la certeza, predominando aseveraciones que clasifican qué es el amor y qué no es amor, cómo corregir los cuerpos para hacerse ver, o cómo corregir la conducta para hacerse digno de amar. El poder actúa de este modo, prescribiendo lo que serían las faltas de información y produciendo los medios para hacer circular un saber coagulado en diferentes formas. De ahí que se vuelvan de consumo típico los recetarios que enseñan a ¿Cómo quiero que me vean? ¿Qué imagen quiero transmitir? ¿Qué mensaje es el apropiado para mi marca personal?


El voluntarismo gratificante, responde a estas preguntas, concibiendo al yo como un sí mismo emprendedor, un responsable de sus elecciones, un responsable del hacer, es el verdadero “yes, you can”. Hashtag empoderada, Hashtag pasión por mi trabajo, Hashtag feliz. Porque la felicidad se ha vuelto una técnica capitalista que permite producir distintos bienes de consumo para la gratificación.


Bajo esta premisa de comunicación y de responsabilidad, todo encuentro amoroso consistiría en entenderse bien y pasarlo bien. No obstante, es paradójico puesto que anula una dimensión humana y deseante, que es que todo encuentro con otro implica un malentendido estructural, también duele y tiene opacidades. Es la posibilidad de tránsito por estos lugares lo que hace desear conocer al otro, descifrarlo. Cuando se anula ese malentendido, en lugar de saber arreglárselas con lo que falla, se niega lo que falla, se juzga lo que falla, o se descarta lo que falla. Este amor consumible no es amor que transforme mi experiencia, que me invite a hacer otra cosa con ella. Es un amor que me invita a reafirmarme como inamovible, me captura, identificándose con mis opiniones. Nada más improductivo para el pensamiento es no cuestionar nuestras propias aseveraciones, nada más limitante para el amor que cerrar su posibilidad de tránsito y ponerlo al servicio del control.


Los encuentros desde esa reafirmación quedan atrapados en el marketing amoroso: sobreestimulación de la imagen e instantaneidad del mensaje : mostrar, vender, literalidad, sexting, comunicación en menos caracteres posibles, análoga a una eyaculación precoz.


No hay rodeos en esta conquista, es la sentencia de que “ambos sabemos lo que andamos buscando” ¿Es posible el erotismo cuando partimos de un formulario de saberes preconcebidos y que exigen al otro garantías inamovibles?






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La crisis sanitaria mundial, la instalación del distanciamiento social y el discurso del miedo al contagio del otro, vuelve discutible la pregunta por el amor en estos contextos, por su lugar y por su territorialidad.


El mapa sexual de la ciudad fija los recorridos, modalidades y cuerpos que se han legitimado para amar, ya sea fijando estándares estéticos homogéneos o aprobando ciertos discursos por sobre otros, cabe entonces preguntarse ¿Desde qué posición se ama? ¿Por dónde transitan o circulan los amantes disponibles para amar? ¿Cuáles son los recorridos que se establecen como únicas vías posibles de ser transitada? En pandemia y confinamiento ¿Dónde surge el amor?


Ante la imposibilidad de salir a los lugares en que frecuentaba conocer a gente, me vi de un día para otro profundizando en las aplicaciones, en las experiencias virtuales y en las relaciones a distancias. ¿Cómo se sostiene el erotismo en esas experiencias en que la consumación del sexo parece tan paradójica como la valoración de la virginidad? ¿Es posible sostener un erotismo donde su gratificación es postergable? ¿Cómo se mantienen los ánimos de desear?¿Cómo se construyen formas de acercarnos cuando estamos mediados por espacios sin cuerpo, sin aroma, sin las nueve puertas que traspasara Apollinaire para entrar al cuerpo de Madelein?


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¿Dónde surge el amor en estos contextos? El dónde no es trivial, cada vez es más frecuente escuchar ¿Dónde lo conociste? ¿Dónde se encuentran? Efectivamente el tiempo y los lugares de ocio son los que más escasean en la sociedad del cansancio y del rendimiento, en su lugar aparecen los lugares con una cierta finalidad ya consumada. No hay tiempo para las caminatas sin destino, solo se autoriza el caminar si permite un desplazamiento a un lugar determinado. No hay tiempo para conocer a alguien, los rituales del cortejo se han trasladado a los espacios virtuales, donde perfiles y portafolios se despliegan. Es más fácil clasificar al potencial amante que invertir en su desciframiento.


¿Qué ficciones construimos que nos permiten re-inventar esta experiencia independiente del lugar? Y ¿En qué medida esa invención puede resistir al mapa sexual de la ciudad que fija los recorridos, modalidades y cuerpos que se han legitimado para amar?


Más que descubrir el amor, me parece entonces que tenemos que volver a reinventar el amor. En una sociedad en que la negación del dolor o el imperativo de la felicidad adoctrinan a los amantes ¿Qué amor se puede reinventar? Si abundan los consejos del tipo “si duele no es amor” ¿Este amor anestesiado puede ser al mismo tiempo erótico?


Cuando hay una proliferación de recetarios amorosos y de etiquetas amorosas: amor nutritivo, amor tóxico, amor patriarcal, poliamor, amor heteronormativo, homo amor, el amor queda atrapado en su sobreidentificación. Amor signo es un amor no agujereado, es un amor ideologizado, un amor que ha perdido su naturaleza polivalente o poliafectiva o “su odioenamoramiento”.


Hay que reinventar el amor es una frase de Rimbaud, con que Badiou comienza su elogio del amor. Para el filósofo francés el amor de hoy está amenazado por su comodidad y seguridad. En nombre de la aseguración personal se evita toda casualidad, todo encuentro, toda poesía existencial. Se trataría entonces de defender este amor amenazado, reinventando el riesgo y la aventura.


Una salida posible es resistirnos a las convenciones actuales que dictan los recorridos del cuerpo amoroso, y en su lugar, jugar a cartografiar la errancia, con el deseo de inscribir o surcar posibilidades y variaciones de sentido, escapando de atrapar la experiencia amorosa como identidad de sí misma. Para esto, se requiere indagar lo que acontece en la política del deseo, de la subjetividad y de la relación con el otro. ¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida o la luz de la muerte? se preguntaba Gonzalo Rojas… o es todo un solo cuerpo. Hablar de cómo nos movemos por la ciudad es necesariamente develar la geografía variable, en ese entramado de luces de vida y de muerte, de lo que se fue acentuando durante todos estos años, sucesiones de exclusiones y segmentaciones que constituyen esta cartografía perversa por la que es necesario volver a perderse y arriesgar para reinventar el amor.




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